7 de septiembre de 2012

Mellado

Soy muy difícil. Tiendo a achacar mis errores a los demás pero siempre he sabido, en el fondo, que nunca hubo otro culpable.

Hace poco cumplí veinte años y esto solo confirma que no tengo ningún derecho a hablar de asuntos trascendentales con conocimiento de causa, pero creo que puedo hablar de mi mismo (cómo no, soy bastante egocéntrico aunque me pese) con más o menos exactitud. Intentaré, por una vez, no ser permisivo conmigo mismo, no ser autocompasivo.

No recuerdo mis veinte años de vida. Creo que recuerdo muy pocas cosas previas a los ocho años, y mis recuerdos tienen nitidez hasta los tres años antes del día en que vivo, más o menos. Superada esa franja, olvido (cosa que me disgusta muchísimo, tengo una memoria pésima, tan mala que no sirve ni para ser rencoroso). Pero casi todas las cosas que recuerdo son momentos especiales, por buenos o por malos. He vivido cosas geniales en veinte años. En los tres últimos también, aunque muchas de ellas las olvidaré en unos meses. Pero casi todo lo malo que recuerdo tiene que ver con el fracaso. Con mi fracaso.

Porque yo siempre me he encontrado con gente que me ha querido muchísimo o me ha odiado muchísimo, nunca he conocido un término medio. Y he vivido mi vida aprovechándome de los primeros y huyendo de los segundos. Aprovechándome, puesto que todas aquellas veces que me he acostumbrado a algo he acabado dejando de apreciarlo, sin cuidarlo, y he vivido alimentándome de su cariño hasta que no me ha sabido a nada. He tenido amigos increíbles a los que he dejado de prestar atención, a los que sencillamente he abandonado. No creo que sigan pensando en mi. Yo pienso en ellos, muchísimo, aunque no me creyeran si me escucharan. Y si no he vuelto a hablar con ellos es porque se me caería la cara de vergüenza antes que volver a intentar decirles que lo siento, no por orgullo, sino porque honestamente creo de veras que no merezco que me perdonen y se que muchos lo harían.

Son personas excepcionales, buenas de verdad, y las he tirado a la mierda cuando me he cansado. A tantas, y me arrepiento tanto. Y lo que más me duele es pensar en cómo de puro buenas volverían a quererme sólo para que yo volviera a cansarme. He vivido, toda la puta vida, escuchando lo especial que soy y lo bueno que soy y lo genial que soy de bocas de gente que realmente lo pensaba, y yo decía que no, que qué tontería pero lo escuchaba tanto que lo creía. Y es duro, muy difícil, darte cuenta a los veinte años de que no eres una buena persona, de que te has visto siempre en un bando y que ahora te miras, tras ver la cara de todos aquellos a los que has decepcionado o cansado, y te odias.

Me duele muchísimo haber perdido tanto por ser un imbécil, por que me pudiera la vagancia, la puta dejadez. Y me paso la mitad del tiempo siendo un idiota y la otra mitad arrepintiéndome, pero sobre el cómodo colchón de la certeza de que tras mi purga mañana podré volver a ser un imbécil, que ya me arrepentiré más tarde.

A veces lo veo a tiempo y paro, y hay veces que el daño es irreversible, y odio no dominarme y ser capaz de evitar comportarme como me comporto cuando luego me odio. Hay veces que llegado al punto de no retorno me importa más o menos, veces que me arrepiento y veces que me importa una mierda. Pero siempre seguía adelante. Pero ahora ha sido distinto.

Hubo una persona que me quiso incondicionalmente, hace casi tres años. Estuvimos un año juntos y yo fui un compañero ideal, porque realmente la quería, muchísimo, y más aún cuando notaba que ella me amaba tanto o más. Fui tan atento sin pretender serlo, tan romántico sin poder evitarlo. Ella se enamoró de mi. Y vivimos tantos momentos, como en tantas historias de amor. Siempre te parecen únicos. Y yo siempre decía que sabía que nada era eterno y que aunque reconocía que enamorado piensas que tu amor es para siempre, yo sería feliz mientras durara y tal y cual. Pero por cómo me miraba cuando me decía que nunca me dejaría y que yo me cansaría antes de ella, por cómo me quería, yo sabía que ella lo estaría junto a mi siempre, aunque yo me lo negase aparentando ser un chico realista.

Así que durante el año siguiente comencé a ser un imbécil.

Cada vez la trataba peor, la valoraba menos. Me enfadaban cosas tan estúpidas, y ella aguantaba cosas tan graves. Pero claro, mi autocompasión y el hecho de que ella fuera tan, tan buena, me hacían pensar que todos aquellos roces, todos aquellos errores, quedaban enterrados. Que no pasaba nada. Ella me perdonaba siempre, y me pedía perdón siempre por las estupideces de las que me quejaba. Y de nuevo, yo me odiaba por ser así de gilipollas y pensaba que lo iba a arruinar, pero luego no podía evitar ser un imbécil. Pero como ella me perdonaba, tenía carta blanca para seguir destrozando todo. Total, ella iba a olvidarlo porque nunca me dejaría. Daba igual lo que hiciera, siempre opinaba que sería yo el que terminaría con esto.

Llevábamos juntos dos años y medio, y ella andaba tras de mi siempre, recordándome que había quedado en llamar a Miguel y que nos esperaba Gonzalo, que mi madre se iba a enfadar por esto o por aquello y yo vivía sin preocupaciones porque si no tenía dinero ella me lo prestaba, no tenía que esforzarme en recordar u organizar mi vida puesto que ella lo hacía por mi y si la cagaba ella me perdonaba.

Entonces ella habló conmigo. Lo único que dijo fue aquello que yo siempre supe con certeza, falsa, que pasaría. Que ya no pensaba que no fuese a dejarme. Que empezaba a estar cansada, y que aunque me quería, mucho, ya no estaba enamorada como antes. Que no soportaba ver que nos llevásemos mal porque pensaba que estábamos hechos el uno para el otro y desaprovechábamos la tremenda suerte de estar juntos. Que si seguía así, prefería dejarlo antes de acabar odiándonos. Normal, tras todo lo que la hice... pero no me lo esperaba.

Y no me dejó, lo cual hizo que la situación fuera aún más dolorosa.

Ha sido uno de los golpes más duros de mis veinte años de vida. He conseguido herir lo más puro y real que jamás me ha pasado. Aquel bastión de amor incombustible. Y duele mucho más que si lo hubiese destrozado por completo. Ella, la que siempre me decía que no pasaba nada, la que siempre perdonaba, no os imagináis cuánto tenía ya asumido que ella jamás cedería. Porque la quería, aunque no pudiera evitar acostumbrarme a su cariño y por tanto dejar de valorarla, la quería muchísimo.

Ver que mis actos han destrozado la relación con la persona que más me ha querido y tener la certeza de que aunque ahora me duela mi naturaleza hará que mañana siga siendo un imbécil me han hecho ver cuánto he perdido el tiempo en mi vida.

En unos meses olvidaré aquellos momentos que hicieron que ella se deslumbrara y se enamorara de mi. En unos meses solo recordaré cómo perdí lo que más quise. Y de nuevo, ya es tarde para valorarlo, y me duele porque de haber tenido los cojones de imponerme a mi mierda de comportamiento hace algo de tiempo tal vez la herida no hubiera sido irreversible. En unos meses lo dejaremos, o en unas semanas, o en unos días, tal y como yo decía cuando era un chaval enamorado pero maduro: "esto puede durar veinte años, dos años, dos meses o dos días, esto es así, por mucho que pienses que es eterno". Qué hipócrita.

No es de extrañar, sólo era cuestión de tiempo pero yo no estaba preparado para verlo. Porque he visto no sólo todo aquello que preveía pero que en el fondo negaba, sino mi verdadera naturaleza. Y la odio.

Si queda algo de bondad en mi, si de verdad puedo dejar de perdonármelo todo y juzgarme de una vez por todas, no debo acercarme a nadie más en mi puta vida. Pero soy un cobarde.

Qué difícil era mellar este amor. Bien, pues lo he logrado, y ya solo hay un final. Después de todo, nadie arregla un cuchillo mellado. Es más fácil comprar otro.



And in her eyes you see nothing, no sign of love behind the tears. Cryed for no one.

A love that should have lasted years...

18 de octubre de 2011

Memories.

"En mi larga vida he tenido la buena o mala suerte de tener muchísimas experiencias duras. Momentos decisivos, errores, decepciones. Quizá sea lo que más me atormenta cada vez que reflexiono: mis errores y el tiempo perdido.

Todos hemos pensado que duraría para siempre. Todos hemos creído que era especial, que esta vez sí que lo era. Hemos vivido el amor eterno, sin mesura y sin aliento; hemos amado como amaban los románticos, hemos vivido la tormenta y hemos sido un solo ser con otra persona. Tantas veces. Demasiadas veces.

Hay cosas que jamás dejarán de maravillarme y que, por desgracia, nunca llegaré a comprender. Y una de ellas es el querer. Se ha dicho en tantísimas ocasiones que el amor es el sentimiento más grande, más placentero y más doloroso que hace tiempo que el amor como tal perdió su significado para mi. El dolor siempre deja paso a la indiferencia, al igual que la ilusión y que los celos y que la vida. Para qué molestarse. En el amor, como en la vida, tan sólo soy un viejo cuyo cuerpo hace tiempo que quedó desfigurado por las heridas y quemado por la pasión. Hay cientos de espinas que sellan las arrugas de mi piel y de mi alma, y aunque algunas cayeron otras jamás dejarán de sangrar mi memoria. Porque no hay nada más dañino que el recuerdo de lo maravilloso que fue algo antes de que dejase por siempre de ser eterno.

Con todo y con eso, me muero por volver a morirme de amor."

"Obviously, they were not made to be together throughout their lives, but it might have happened that, at a given moment, they had born for it."


28 de marzo de 2011

Al otro lado del muro.

Ortega decía que yo soy yo y mi circunstancia. Cada sujeto es lo que es dependiendo del marco en el que se haya desarrollado su historia. Y yo me pregunto muchísimas veces qué sería yo en otra circunstancia. Está claro que ya no sería yo, sería otro.

A lo largo de mi -corta- vida, he disfrutado. He reído hasta no poder respirar, o llorado sin poder casi tenerme en pie. He viajado, he leído, y he intentado aprender, con más o menos problemas en este aspecto. Me he emocionado, he odiado, he querido, me he arrepentido. He intentado escoger mi vida de forma que pudiese vivir la mayor cantidad de momentos únicos, de momentos "de fotocopia", como diría mi madre. Instantes en los que el placer es tal que al cerrar los ojos eres consciente de que el mundo eres tú, de que nada más importa. Noches en las que sientes que podrías morirte con tal de que fuese tan solo un segundo más tarde, tan sólo un segundo de placer más tarde. Amaneceres en los que el sol te regala los besos más hermosos, tardes en las que no hay lugar para la pausa entre las risas. O simplemente campos verdes o arenas amarillas, o playas azules o ciudades marrones. He procurado ser feliz por encima de todo, pero lograrlo nunca ha sido fácil.

Elegir es renunciar, y he renunciado a muchísimas cosas. He perdido, tanto tiempo como dignidad. He abandonado amistades en el camino, y he olvidado personas que debieran haber sido inolvidables. He dañado y he resultado herido. Yo siempre he querido pensar que no me he equivocado, que lo obtenido después ha merecido la pena. Pero siempre, siempre, me ha perseguido la duda. Y en cada esquina, en cada nueva dirección que tomo, me he preguntado cómo era el otro camino que separaba el hito de mi renuncia. Pero la vida no espera, y una vez tomada la decisión, sea cual sea, no se puede volver atrás.

Deseo con todas mis fuerzas creer que he hecho lo correcto. Que he vivido escogiendo siempre el mal menor. Que el camino al otro lado del muro que dejaba a izquierda o derecha no era mejor que aquel sobre el que caminaba. Y he preferido arrepentirme de lo que he hecho y no de lo que no he hecho.

Soy yo, soy mi vida, soy mío, soy mis elecciones y mis renuncias. Soy mis victorias, mis derrotas, mis decepciones, mis alegrías. Soy mis heridas y las que siento haber hecho. Soy mis amistades y las que dejé en el camino. A veces quisiera volver por ellas. Pero no puedo detenerme ya. He decidido. He cambiado. No puedo recuperar, sino encontrar de nuevo. Solo espero poder escoger entonces el camino adecuado.

He nacido, y moriré. No puedo decir que no tema a la muerte. Solo se que me abrazará. Pero se que todo lo que haya antes es mío. Y no me da miedo escoger. Tan solo renunciar.


24 de febrero de 2011

Siempre, siempre

hay sol tras la tormenta. Hume decía que el hecho de que el sol lleve saliendo todos los días no justifica que mañana vaya a volver a hacerlo. Pero yo siempre he sido religiosamente supersticioso, contradictoriamente científico y muy muy tonto. Al fin y al cabo, no me ha ido mal del todo, ¿no?

"Después de un día malo siempre viene uno bueno", decía mi madre. Después del gris panzaburro se ven las mejores puestas de sol desde mi tendedero y sabes de sobra que, cuando quieras, estás invitada a verlas. Y no me negarás que después de una buena discusión es cuando saben más ricas las cañas, o los besos.

Hume dijo muchas cosas, como tantos otros. Y yo hubiera querido ser como él, o como tantos otros. Pero mi vida hubiera sido mucho más triste si tras cada mal día no hubiera tenido la certeza, aunque ilusoria, de que vendría un día bueno.


Because.

Es complejo, sin duda.
Nosotros no vemos los objetos, no vemos la realidad, ni siquiera se qué es "ver", es algo hueco, un sentido que carece de significado. Tus ojos, mis ojos, no son capaces de "ver".
La luz que se refleja en los objetos llega a tus retinas. Pero tu cerebro no capta la luz. Nosotros solo vemos la huella de la realidad, la sombra, el reflejo, la luz transformada en impulsos eléctricos de determinada intensidad y enviada a través del nervio óptico.



Pero qué es ver. A mis ojos llegan fotones de cuatrocientos nanómetros, y esos fotones, esa energía, la siento. Me toca. La luz queda prendada, enredada en mí. Pero yo no la veo. Sólo me toca, y entonces un impulso eléctrico recorre mis nervios. Y así veo un cielo azul. Pero no lo estoy viendo.

Lo estoy interpretando, o imaginando. Soy un ciego que escucha la descripción dada por su lazarillo.

Y eso me hace sentir impotente.

Porque yo no siento lo que existe, no percibo del todo la realidad.
Solo su huella.

Por qué una puesta de sol me hace sentir placer. O el brillo del sol en tu pelo, o el verde. ¿Es que acaso su luz, su energía tiene la frecuencia adecuada? ¿O es por la longitud de onda? ¿Qué energía hace que mi ojo me envíe la dosis perfecta, la cantidad justa de electricidad para hacerme llorar?

¿O no tiene nada que ver?

Y por qué cuando veo un cielo azul me entran ganas de llorar, eso nunca lo sabré.

10 de marzo de 2010

Manual de instrucciones.

Instrucciones para flotar.

Desde el comienzo de los tiempos, volar ha sido uno de los objetivos más perseguidos por el hombre. Ahí tienen a Da Vinci con sus pintorescos pero no mal encaminados artilugios, o a los hermanos Wright y sus eficaces aeroplanos. Pero sin duda nuestro deseo ha sido volar como lo hiciera un pájaro, pongamos un ruiseñor (por lo poético de su nombre). Así pues, ¿cómo lograr un vuelo, por corto que sea, sin utilizar ninguna maquinaria ni resultar físicamente dañado en el intento? ¿Cómo sería posible bailar en el aire con la sutileza y agilidad del ruiseñor?

Primeramente, tengamos en cuenta el hecho de que al ser un servidor varón, los experimentos realizados solo han sido científicamente testados en las carnes de un hombre. A la espera de poder demostrar la eficacia de mi método en mujeres (aunque se calcula que es altamente probable su validez con independencia del sexo), procederé a explicarlo desde la perspectiva propia, desde mi experiencia.

El método es simple, fácil y sencillo, pero requiere de material difíciles de conseguir.

Únicamente se necesita de una mujer, pero no una cualquiera. Ha de ser una de esas que te quitan un poco de aliento al pasar y se lo llevan consigo, como trenzado en el pelo. De esas que hacen que uno las mire con objeto de encontrar algo en el fondo de sus ojos sin éxito (aunque esta falta de éxito es placentera en tanto que insta a seguir dejándose absorber por su mirada). Ha de despertar en usted unas terribles e imperiosas ganas de juntar los labios con sus labios. Debe ser su motivo para madrugar por las mañanas o para no madrugar por las mañanas, para llegar pronto y para regresar tarde. Debe entrar en sus cánones de belleza, y es necesario que le alegre y le estremezca.

Pues bien, hasta aquí lo más difícil del camino. Una vez encontrada la condición necesaria y suficiente, el procedimiento es rápido.

Tan sólo es necesario que le mire, usted la mire, y ella le sonría. Con esto obtendrá un corto vuelo de entre quince y veinte segundos.

Para amantes del riesgo e inconformistas, existe la opción de juntar sendos labios (los de usted y los de ella) y con alguna contracción casi siempre inexplicable e involuntaria, logrará vuelos de varios minutos experimentando vertiginosos volteos y caídas en picado.

Nota del Autor: (Es posible que los que le vean no adviertan su vuelo y que sólo se trate de una sensación, pero puedo asegurarles que es realista a más no poder.)

N. del a. 2: (Puede que sus músculos faciales y corporales en general se relajen rápida y placenteramente, provocando síntomas visibles como tembleque o cara de estúpido)

13 de enero de 2010

Ira. Impotencia.




Ayer mismo me preguntaba cómo era posible que soldados de Kosobo fueran capaces de aplastar con sus botas a niños moribundos para no gastar munición. En teoría son seres humanos. Son de mi raza.

Me maravillaba también la capacidad de determinados gobiernos de ignorar el tráfico ilegal de menores de edad en Corea, por ejemplo, llegando a venderse niñas de catorce años con "el chochito fresco" por menos de un dólar.

Tampoco me dejaba de rondar la cabeza el tema de la CITES, la asociación de protección de la fauna. ¿Cómo es posible que por vender en el mercado negro ejemplares de Guacamayos Spix, de los que quedan menos de 100 ejemplares, sólo debas pagar 400 euros de multa... si te pillan?

Y yo me preguntaba si Dios existe. Decía Chico, si Dios existe, debe estar hasta los cojones de nosotros.

Somos el virus de este planeta. Somos su lastre. Somos el falso progreso que oculta bajo su brillante capa de oro la enorme montaña de mierda que supone nuestra civilización. Somos la hiena, la víbora. Somos el fósforo blanco que quema vivos a los iraquíes al caer de los flamantes F18, somos el napalm aflorando en las heridas. Somos el desecho de los gusanos y los peores de entre las ratas.

Y pensé que merecíamos un castigo.

Pero no ellos.





Ciertamente siempre son ellos. Siempre sufren los de siempre, golpean siempre a los mismos. La ira cae sobre aquellos que nunca hablaron, sobre aquellos que nunca existieron. Qué triste es que los mayores males azoten sistemáticamente a los pobres, pero cuánto más deplorable es el hecho de que sólo en estos casos nos acordemos de ellos.

Yo me preocupo por sacar tal o cual nota, por si le gusto a esta o aquella chica. Y al mismo tiempo un hijo saca de entre los escombros el cadáver de su madre. O un padre entierra lo que queda de sus hijos.

Únicamente en un país en el que ocho de cada diez personas no tienen ni medio euro al día para comer podrían morir tantos cientos de miles de desdichados por una catástrofe del calibre de las que en Japón sólo se lleva a siete personas.

Sólo en una región en la que aún no se han recuperado de dos tornados era posible sembrar de esta manera la destrucción y el caos.

Y yo aprieto los puños y grito, o me enfado, o pataleo. Pero yo estoy a medio planeta de distancia, al otro lado de un televisor LCD y en el primer mundo. Rabiando, pero a salvo.

Qué coño sabré yo.

Me pregunto si existe Dios. Y si existe, cuestiono su actitud frente a nosotros. Nuestra sociedad degenerada y podrida necesitaba un castigo.

Desde luego, no hay modo más CRUEL de castigarnos.