14 de octubre de 2009

Atemporal. Eterno.

Cómo pasa la vida de rápido. A veces, si te detienes a pensarlo, la vida se te escurre entre los dedos más rápido de lo que desearías. Dos meses, dos años. Apenas hay diferencia. Somos seres atemporales, y nuestro tiempo no es sino una invención. Somos recuerdos, sinapsis neuronales, imágenes y sonidos registrados en nuestro encéfalo, y los segundos no son el tiempo que tarda la luz en recorrer tantos kilómetros sino el grado de placer que encontremos en aquello que estamos viviendo. Por eso pueden ser eternamente largos o terriblemente efímeros.

El tiempo es una gran mentira. Sólo es el gran ausente, el ladrón que inventamos para justificar el fin de nuestra existencia. Nuestra vida no está dividida en años sino en momentos, en situaciones, etapas. Ya no soy el mismo que hace dos años. He cambiado, y no me han influido los minutos y los segundos, sino los besos que he dado, las decisiones que he tomado, los logros que he conseguido; las decepciones que me he llevado, los golpes que he recibido y las veces que me he levantado. Pero sobre todo las veces que me he caído. Sin ellas no podría haber empezado a conocer, a descubrir. No hay placer sin esfuerzo ni amor sin espina.

Somos seres atemporales. No hay tiempo, solo recuerdos. No hay regla, solo cambio. No hay segundos. Hay cicatrices y marcas, golpes, giros y desvíos.

Que no te vendan tiempo. No existe. Tu tiempo es tu vida.